Mi querido hermano mayor, Jace, murió hace 10 años cuando acababa
de cumplir sus 18.
El día del entierro mis padres nos llevaron a casa de mis
abuelos maternos, Mr. y Mrs. Maddox, ya que no querían que presenciáramos
aquello al ser tan pequeños. Tras insistir e insistir a mis abuelos de que nos
llevaran, al final nos llevaron al tanatorio. Mi madre se enfadó al principio
pero más tarde en la misa no paraba de abrazarnos y llorar al igual que
nosotros hacíamos. Después de aquella misa nos dirigimos al cementerio, Hyde
Park Cemetery, y allí presenciamos durante minutos, que parecían eternos, cómo
mis tíos y mi padre metían el ataúd negro azabache en el profundo hoyo que
habían escavado junto a una lapida gris donde estaba impreso el nombre y la
fecha de nacimiento y muerte de mi hermano.
- Ningún padre debería enterrar nunca a sus hijos – dijo mi
padre antes de marcharnos de aquel lugar, que ahora más que nunca temía.
Después del entierro, mis padres decidieron que debíamos irnos
de Inglaterra por un tiempo indefinido para desconectar de tanto dolor e
intentar olvidar. Mi hermano, Travis, y yo éramos demasiado pequeños para
soportar todo aquello, él tenía 10 y yo acababa de cumplir hace dos meses los
8.
Conforme pasaban los días mis padres decidían donde nos íbamos a
mudar. Decidieron Italia, el país natal de mi padre. En un período de 48 horas
debía despedirme de mis amigos que aunque eran pocos, eran los mejores del
mundo y no los cambiaría por nada.
La despedida más dolorosa fue la de Louis, era mi mejor amigo para lo bueno y para lo malo, lo consideraba mi hermano.
La despedida más dolorosa fue la de Louis, era mi mejor amigo para lo bueno y para lo malo, lo consideraba mi hermano.
Mantuvimos el contacto pero poco a poco nos íbamos distanciando
más y más. La última vez que hablamos me contó que se había mudado a Londres y
ya no supe más de él, ni una carta, ni una llamada, ni nada.